"No damos a los niños permiso de equivocarse, de vivir, o de fracasar, los obligamos al éxito"
Creo y pienso por mi propia experiencia de vida, que confiar, apostar todo lo que tenemos, todo, todo a nuestra bolsa, en esa partida que cada chico tiene que jugar, es la esencia. A partir de ahí, y por muchas razones, y por mucha suerte que tuve por encontrar algunos referentes después en la universidad, realmente creo que el futuro tiene solución, porque yo la tuve. Y si yo la tuve, le debo a la vida el poder apostar para que el resto también la tenga.
Cuando les pregunto a lo papás o a las mamás “qué quieres para tu hijo”, y me dicen “que sea feliz”, me da mal rollo. Yo digo muchas ocasiones que yo no quiero que mis hijas sean, del verbo ser, felices, porque la felicidad, que procede de la alegría, es dopamina. La dopamina es adictiva. Es decir, yo hoy con esta parte de dopamina estoy bien, pero mañana necesito un poquito más y al siguiente un poquito más. La felicidad es una búsqueda, no es un estado. Por tanto, cuando las mamás y los papás queremos que sean felices, es un síntoma de hipersupersobreprotección para garantizar una entelequia que no puede ser real. Lo que de verdad necesitaríamos es aprender a elegir la emoción, en el momento y de la manera. Por tanto, nuestros niños tienen que vivir la alegría, el miedo, el enfado, la tristeza, todas las emociones. Y esto no se enseña con palabras. Esto se enseña de corazón a corazón. Y para enseñar de corazón a corazón, no se aprende por apuntes. Estamos en el siglo veintiuno, y la educación del siglo veintiuno de la que nos ha hablado Gerver, o de la que tantos otros podemos discutir, no puede ser la educación del saber, tiene que ser la educación del ser.
"Necesitamos la escuela para aprender a vivir, no para aprender a leer. Y la escuela se empeña en que lean, en meter más contenidos. Pero no les damos a los alumnos el permiso de equivocarse, el permiso de vivir o de fracasar"
Estamos evitando que nuestros niños y niñas vivan, se caigan, se rompan, se estropeen, porque los sobreprotegemos, de tal manera que cuando llega la circunstancia traumática real no están preparados para ello. Esto es una cuestión de entrenamiento. Primero, perderé en una partida de parchís. Después, una amiga no me invitará a su cumple. Después, morirá la mascota. Después, se pueden separar mis papás. Después, fallecerá mi abuelo. Si tú me has evitado todo el proceso de adaptación y de entrenamiento emocional, el día que tengo la pérdida y que fallece algo, mal.
La transformación no es por el saber, es por el ser. No aprendemos lo que se nos enseña. Aprendemos al que amamos, aprendemos al que tenemos enfrente, cuando se convierte en tu referente. Y el referente, que al final es lo importante, es igual en la tradicional que en la alternativa, que en la verde o la amarilla, es decir, me dan igual las metodologías. Me da igual, “Seño”, si trabajas con letras redondas, con letras cuadradas o con triangulares. Me da lo mismo si lo haces con tablet, o lo haces con lápiz y papel o carboncillo.
Biografía
Licenciada en pedagogía y psicopedagogía, es una de las referencias en inteligencia emocional en la educación española. Mar Romera reivindica a la familia como la primera escuela de las emociones y avisa que sobreprotegemos tanto a nuestros hijos que les hacemos débiles emocionalmente. Ha trabajado en todas las etapas educativas: educación infantil, primaria, secundaria, formación profesional y universidad.